En el lugar mas hermoso de la sierra, justo a los pies, se encontraba papantla, una de las mas bellas ciudades totonacas, en este lugar se le rendia culto a la diosa tonacayohua a quien le ofrecieron la vida de 12 mujeres, una de ellas era la princesa tzacopontziza. Un dia la princesa conocio al principe zlatan, ambos quedaron profundamente enamorados aunque su amor estaba prohibido por la diosa. Un dia ambos amantes decidieron huir juntos, sin embargo la diosa no estaba dispuesta a dejarlos escapar tan facilmente, asi que puso obstaculos para hacerlos regresar al templo, donde fueron sacrificados al negarse separarse el uno del otro. Al dia siguiente en ese lugar empezo a secarse todo, hasta que de ahi broto un arbusto con una hermosa flor blanca de un aroma exquisito, brote del inmenso amor de los jovenes principes.

El Mito cuenta que Venus, diosa del amor y la belleza, se enamoró locamente del joven Adonis, un hermoso y hábil cazador de quien se convirtió en amante.

Marte, enamorado de Venus, presa de unos celos indomables, arrojó un jabalí feroz a Adonis que lo hirió de muerte. Venus lloró sobre el cuerpo sin vida del amado Adonis y sus copiosas lágrimas cayendo al suelo se convirtieron en pequeños corazones rojos, fresas.

Quetzalcóatl robó el árbol del cacao del paraíso donde vivían los dioses y plantó el pequeño arbusto en Tula. Luego de que lo plantara, le pidió a Tláloc que enviara lluvia a la tierra para que la planta se pudiera alimentar y crecer.

Luego fue ya visitar a Xochiquetzal, diosa del amor y la belleza, y le pidió que le diera al árbol flores hermosas. Con el tiempo la planta floreció y dio frutos de cacao.

Quetzalcóatl le dio a los toltecas los granos de cacao, para que su pueblo estuviera bien alimentado y de esa manera pudieran ser personas estudiosas, sabias, artistas y artesanas.

La noche y la tormenta eran una mercancía más dentro del barco.  Corría el siglo XVIII y los europeos contemplaron el milagro por primera vez:  Piñas encendidas como faros, una jugosa luz donde se saboreaba el regreso a casa.

Anhelantes de hacerlas nacer, ardieron en los fríos jardines de Inglaterra cientos de trucos para fingir el tibio abrazo de la selva. Como hija pequeña de los astros, la piña solo es feliz en el calor, por eso solo a veces se asomaba su corona de llamas verdes para deleite de los nobles. 

El culto sólo pervive en algunas selvas perdidas de Brasil, donde los indígenas suben a los montes en la noche para descifrar su fortuna en las nacientes luces del cultivo, porque en una palabra de su lengua perdura aún el conocimiento de que un grupo de piñas es una constelación.

Desde la antigüedad la mitología griega ya hablaba de una diosa del café, Bistrea. Nacida de una visión de Zeus perdido en el trópico,  soñó él una mujer morena de cabellos negros y fragancia única entre dulce y amargo. Cuando el despertó sintió que aquel olor emanaba de una pequeña planta, la cual bautizó cafeto, materializándose de la planta la linda mujer que soñaba. Ya en el olimpo Bistrea cultivo sus cafetos, y ella inteligente creo de sus granos una bebida, el café.